María Cristina Ramos Guzmán

Urgencias y remansos

María Cristina Ramos Guzmán

Neuquén, Argentina

(mariacristinaramos@speedy.com.ar)

 

Resumen: En la actualidad, la mayoría de los intercambios apuestan a la velocidad, a lo menos profundo, a lo poco complejo. La poesía, en cambio, necesita anidar en un espacio-tiempo diferente, que permita recalar en la subjetividad. El lenguaje poético pide una recepción calificada que el lector construye anclando en él. Una mediación que no contemple la singularidad del encuentro entre la poesía y sus lectores puede convertirse en obstáculo para el mismo.

Palabras clave: poesía, subjetividad, lenguaje poético, recepción, mediación.

 

Abstract: At present, most of the exchanges bet on speed, on shallowness, on the least complex. Poetry, on the other hand, needs to nest on a different space-time, one that allows to reach subjectivity. Poetic language asks for a qualified reception that the reader builds by anchoring on it. A mediation that does not consider the singularity of the encounter between poetry and its readers can turn into an obstacle for that encounter.

Key words: Poetry, subjectivity, Poetic language, reception, mediation.

Planteo inicial

Quienes recorremos escuelas, bibliotecas y grupos de lectura sabemos que la poesía para niños sigue estando menos presente que la narrativa. Sabemos de La hora del cuento, de las convocatorias a mil versiones de Caperucita y demás cuentos maravillosos, de leyendas y muchas otras válidas variables narrativas. Pero la poesía, si está presente, es de manera lateral, como pidiendo permiso. Y si bien hay quienes han hecho de la difusión de la poesía su apasionado camino, todavía nos queda mucho por andar.

En la actualidad la mayoría de los intercambios apuestan a la velocidad, a lo menos extenso, a lo menos profundo, a lo poco complejo, en un mundo que se alimenta de vértigos. La poesía, en cambio, necesita anidar en un espacio-tiempo diferente, que permita recalar en el terreno de la subjetividad. Sólo en instantes sin vértigo es posible leer aquello que en cada uno resulta de la impregnación poética.

 

Memoria sonora y memoria afectiva

Nacemos en una comunidad lingüística y en un grupo singular de usuarios de la misma. Crecemos dentro de una conversación que es un entramado de ritmos, frases que se esperan, se suman, se complementan o se imbrican mientras van configurando significados, buscando sentidos. El grupo constituyente de un entorno tiene sus repertorios sonoros, va formando nuestro universo verbal, con signos y ritmos y silencios, códigos de alerta que preparan la recepción, peldaños donde esperar el decir, donde instalarse para responder.

En su vertiente de juego con la palabra la poesía convoca en el receptor la apetencia por lo sonoro, esta esperanza de descubrir componentes de sentido investidos en palabras. Y convoca también la memoria de lo preverbal, ese tiempo de balbuceo en que el niño explora su capacidad vocal, complaciéndose en su materialidad inicial anterior a la palabra, cuando la búsqueda no es comunicar sino probarse, recibir en lo corporal el impacto sonoro de la propia voz, aventura previa al tiempo de comunicar.

Las retahílas, los poemas rítmicos, los juegos de contacto que enlazan palabra y movimiento van estableciendo modos de comunicación con los adultos o con otros niños del entorno y a la vez con la variable rítmica y musical de las palabras.

La experiencia de escuchar un poema roza la memoria del ser que recibía la palabra, y con ella el respaldo de una voz, de una cadencia cercana al afecto, unida a la noción de la propia identidad. La voz que musitaba una cadencia adormecedora, la voz que se tejía en pequeñas intimidades, secretos del vínculo primordial, ese que permite encontrarse en la maravillosa polaridad del yo con otro, del yo que soy yo, gracias al rescate de la mirada que nos mira, del otro que nos reconoce y nos acepta.

 

Los espacios de lo poético y la emotividad

Somos la calma y el torrente, la quietud del miedo y el arrojo de la valentía, la búsqueda de respuestas y la inquietud de las extensas dudas. Y estamos entre una y otra realidad intentando saber quiénes somos. La poesía puede seguir el impulso de esos y otros movimientos de nuestra realidad subjetiva, acompañar a recorrer lo no explorado, lo no acabadamente dicho, lo que está en la franja de niebla entre el cosmos y el caos.

Porque es el lenguaje poético el que puede poner palabras a los sentimientos y al claroscuro de la emotividad. Cuando leemos “Elegía”, de Miguel Hernández entramos a una construcción lírica que sostiene desde la belleza del decir poético la humana indefensión ante la muerte. Un poema que instala la orfebrería de sus imágenes, el respaldo de musicalidad para sostener el sentimiento que la origina. Una obra que desde su propia legitimidad resuena en la emotividad de quien lee, permitiéndole reencontrarse con la hondura de su propia experiencia ante la finitud. El lector se teje en el tejido de esa palabra poética y obtiene mucho más que una compañía, más que la mención directa de lo vivido. Es acompañado con una elaboración de lo que ha sido impacto, desesperación, abatimiento. Elaboración con palabras que contienen lo aparentemente incontenible, que dicen y pronuncian lo indecible, encauzando un caudal afectivo que puede ser amenazante, que puede aniquilar si no es puesto en palabras o en alguno de los lenguajes del arte.

Pero llegaremos a “Elegía” si en una edad anterior alguien nos acompañó a descubrir:

 

En cuclillas ordeño

una cabrita y un sueño.

 

Glú, glú, glú,

hace la leche al caer

en el cubo. En el tisú

celeste va a amanecer

(Hernández, 1985: 65).

 

El discurso poético

Para dar cabida a lo afectivo, para captar lo fugaz de la vida, la íntima búsqueda reflexiva, la desnudez de la emotividad, la pasión o la ternura, el lenguaje poético toma la investidura de lo inusitado, el plumaje de lo único, la metáfora que acerca lo distante para abrir una conjunción inesperada, la palabra en maridaje con el aire, en fusión con la penumbra de la sugerencia, para establecer el puente hacia lo singular.

Por eso el lenguaje poético requiere y propicia una recepción calificada, a la que el lector llega anclando en la materialidad sonora, en los ritmos que lo magnetizan, en las asociaciones, en el aliento de la metáfora. Y sólo llega si lo hace con una expectativa diferente a aquella con la que aborda lo narrativo. Lo narrativo se estructura en acciones y sucesos, propone dinámicas tramadas en causas y consecuencias a las que puede un lector referirse con facilidad. Sin embargo luego de leer un poema no hay la posibilidad de narrarlo. Su lenguaje constelado de imágenes y metáforas levanta un edificio verbal capaz de generar climas y sensaciones, capaz de despertar contenidos afectivos que teníamos acallados, pero no será fácil dar cuenta de ellos con las combinaciones de lo conversacional. Porque de eso se trata la poesía, de un abordaje diferente, único, figurado, para hablar de aquello que no cabe en el decir cotidiano.

De esa niebla poética, de esos sesgamientos que buscan alcanzar lo inasible, el lector sale impregnado de un lenguaje enriquecido, matizado, salido de la norma y que además de acompañarlo en un despliegue posible de su percepción del mundo y del mundo de los otros, lo acompañará también en la conquista y apropiación de nuevas variables lingüísticas, no sólo para lo expresivo-literario sino para su desempeño en lo comunicacional o informativo. Paso necesario, a la vez, para encontrar el rumbo y poder partir hacia otros libros.

Entrar a la obra de un poeta, a un libro de poesía, es como entrar a un bosque e ir encontrando senderos y atajos y claros, floraciones inesperadas y marcas de vida. Quien acompaña a entrar a ese bosque contribuye a instalar la posibilidad de una mirada no única, una voz no unívoca, un pensamiento más abrazador, de lectores que aprecien lo diverso.

 

Los cercos de espinas que impiden el encuentro

Una mediación poco alertada en lo que hace a las características del encuentro entre el material poético y sus lectores puede convertirse en obstáculo para el mismo.

Entrar al mundo de un poema es enlazarse con un espacio de azares y combinaciones de sentido imprevisibles. Es conectar la propuesta textual con la subjetividad de cada uno, exponerse, recibir y aportar, conjugarse con lo fónico o semántico del texto, con sus juegos de intensificación y sus silencios, construir un mundo posible, una mirada singular. Es reconocer un espacio dinámico, vivo, en el que nuestro imaginario hace pie y donde es posible pulsar lo móvil de las frases, la profundidad de lo convocado para entrar en algo que al decir de Octavio Paz:

 

No es un decir:

es un hacer.

Es un hacer

que es un decir

(Paz, 1987: 75).

 

Existe conexión entre la lectura de un poema y la libertad del juego individual de los pequeños; no el juego reglado sino el de proyección de lo imaginario, el que crea el niño solo con piedritas o fragmentos de juguetes, con el cordón de una zapatilla. El instante de intercambio es semejante. El niño juega con lo que tiene entre manos y esos objetos van cobrando sucesivas transformaciones y funcionando de acuerdo a lo que la imaginación proyecta. Si entran a un texto, y el texto es literario, habrá espacios que reciban lo que la imaginación del lector, que ya existe, que sabe moverse, que anda y que vuela, pueda proyectar en su juego con el texto.

Suele haber abismos entre esos instantes de juego solitario, ese desempeño mental de los chicos y los interlocutores cercanos. Pero es muy importante para todos, y en especial para los mediadores de lectura, ser testigos de esos momentos y acompañarlos, sin afán de intervenir pero tampoco obstruyendo, palpando nada más esa profundidad de creación que existe, esa aureola de significaciones en la que entran y salen los chicos situados en el fluir del aire, entre los pequeños objetos de su juego y su mundo imaginario.

Debiéramos hacer propicios los momentos que permitan esta expresión natural del niño en su medio. Los chicos leen si son leídos, es decir, si están contenidos en la mirada del adulto que entiende, del adulto capaz de recibir sus búsquedas, sus juegos, como manifestaciones de una subjetividad que se va tejiendo en relación con su entorno.

El desempeño imaginario abre la posibilidad de crecer en hondura de pensamiento y en pensamientos divergentes, abre camino a la creatividad que necesitarán a veces para sobrevivir, a veces para avanzar en su realidad social, laboral, o en el conocimiento de sí mismos y en los vínculos que establezcan.

A la vez, es bueno recordar que lo poético implica un plus de sentido, que lo poético es un iceberg que resguarda gran parte de su sentido, que entrar a un texto poético es avanzar en la niebla, dar pasos sobre la nieve sabiendo que la nieve sigue y que otro que quiera llegar hasta el poema deberá hacer su propio camino. Deseo imposible si no hay libros de poesía cerca de la mano, si en las bibliotecas no están o están en un lugar de olvido, si los mediadores temen su lectura.

En el mercado la presencia de libros de poesía suele ser engañosa. A veces se utiliza el término para referirse a textos en verso, cuya intencionalidad suele ser el humor, o a obras de carácter narrativo rimadas, válidas como material de lectura pero cuyo discurso carece de la búsqueda estética de la poesía. Si bien su frecuentación suma experiencia de lectura no lleva a la vivencia de lo poético ni habilita a sus lectores para facilitarles la llegada a otros libros de poesía.

La edición de libros de poesía es mucho menor en número que la de narrativa, pero es aún más preocupante que no se favorezca la circulación de los ya editados. Un buen lector de poesía encuentra qué leer, qué compartir, buceando en libros de poesía, no necesariamente publicados para niños.  

En estos tiempos de disfrute de la banalidad, de complacencia en lo pasatista, hay mucha oferta de libros de consumo que dejan tranquilo al lector, aportes nuevos a viejas quietudes o distorsiones paupérrimas de los clásicos. Y por suerte, o por necesidad de excelencia, hay otros libros de aporte más fecundo, para otras necesidades, para quienes saben de la importancia del arte y lo necesitan para vivir. Creo que el verdadero artista confía en el ser humano, en su poder de superación, en la incidencia lúcida de su mirada, en su deseo de libertad, y a ese mar de posibles arroja, esperanzado, su obra.

La poesía da la posibilidad de un respiro, de un espacio que cobija y repara la subjetividad de quienes como lectores pueden haber sufrido olvido o abandono, soledades de lectura o ausencia de libros. La poesía instala renuevos en los ya lectores, porque los conecta otra vez con la matriz del arte y de la palabra y porque recupera, por momentos, la sensación de compartida aventura de los escondites de la infancia. Cuando la voz de los amigos tejía un tapiz tan convincente que podía volvernos invulnerables, poseedores del objeto mágico necesario para sortear los obstáculos, capaz de darnos la clave para misterios y preguntas que entonces, como ahora, nos siguen asistiendo.

 

Bibliografía

ECCO, Umberto (1987), Lector in fabula, Madrid: Lumen.

— (1988), Tratado de semiótica general, Madrid: Lumen.

HERNÁNDEZ, Miguel (1985), Miguel Hernández para niños, Madrid: Ediciones de la Torre.

JEAN, Georges (1996), La poesía en la escuela, Madrid: Ediciones de la Torre.

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PAZ, Octavio (1987), Árbol adentro, Barcelona: Seix Barral.

PAZ Gago, José María (1999), La recepción del poema: pragmática del texto poético,U.A.: Edition Reichemberger.

SÁNCHEZ CORRAL, Luis (1995), Literatura Infantil y lenguaje literario, Barcelona: Paidós.